jueves, 23 de junio de 2016

Pérdida

     La miraba a los ojos, aquellos que la teniente Riley Turner ahora mantenía entreabiertos y clavados en los suyos. El capitán Matthew Slade supo que aquello que le oprimía los pulmones era miedo, un temor frío a ver cómo la chica perdía el brillo de sus pupilas. De sus pupilas al mirarle a él. Y la razón de aquella repentina sensación de pánico era mucho más profunda. Se dio cuenta en ese mismo momento de que no solamente la echaría de menos entre sus sábanas. Sus ojos verdes vacilaron. Dolía. Dolía mucho. Aquella sonrisa le atormentaba aún más que cualquier herida que hubiese recibido durante el transcurso de la guerra. Los párpados de Riley cayeron y la curva de sus labios fue atenuándose muy lentamente.
     Todo fue muy confuso para el capitán Slade a partir de ese momento. El tiempo se desincronizó con la realidad y los hombres que empezaron a entrar en la habitación parecían no moverse lo suficientemente rápido como para completar los segundos al ritmo normal. Quienes habían permanecido en el exterior del cuarto por orden de Turner ahora se introducían en él.
     —El búnker está limpio —escuchó.
     No sabía quién lo había dicho ni tampoco de dónde procedía aquella voz. De pronto y sin previo aviso, el médico Mason Hoobler se agachó junto a ellos, profiriendo algo en voz alta que Matthew no recordaría al segundo siguiente. Notaba que alguien le colocaba las manos en los hombros sobre el uniforme y se situaba delante de él. Reconoció al sargento Eric Collins. Le habló y luego tiró de él. No quería dejar a Riley sola. Todos los soldados de la compañía que habían acudido allí abajo y que podían valerse por sí mismos continuaban entrando. Pero es que no quería dejar a Riley sola.
     —Señor, será mejor que nos apartemos. Doc necesita espaciocreyó que le decía Collins.
     Entonces sus ojos se desplazaron del rostro dormido de la teniente al del sargento. Una corriente de agotamiento azuzó cada centímetro de su cuerpo, rivalizando con aquel dolor que se alejaba de la física. Quería protestar, hacer que fluyera todo su mal carácter y ordenar a gritos que no se atrevieran a alejarle de allí, pero tan solo era una marioneta de aquella tempestad desgarradora. Matthew se dejó guiar por Collins y pronto se vio en el mismo lugar donde le habían colocado tras liberarle del enemigo. Allí donde había abierto los ojos y había visto aquel rostro que ahora parecía descansar. El capitán abrió la boca pero no emitió ningún sonido. Desde lejos vio cómo Hoobler vendaba aquella herida de bala del cuerpo de la teniente, taponando la entrada y la salida de la misma. Pero Riley no se movía. Su Riley parecía haber concluido finalmente la batalla.



Beatriz G. López

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