domingo, 23 de octubre de 2016

¿Qué es una hermana?

Imagen: fanpop

Si consultamos el diccionario de la Real Academia Española, una hermana es la que tiene en común con otra el mismo padre y la misma madre, o solo uno de ellos.

Discrepo. La biología es inexacta. No puede explicar lo que existe más allá de los lazos genéticos. Más allá de la sangre. Porque una hermana es aquella persona...

... que sientes siempre contigo, se encuentre en otro país o a tu lado en el sofá.

... con la que puedes contar ante los problemas, ya sean las doce de la mañana o las doce de la noche.

... que no te juzga.

... que te comprende y te apoya en las situaciones difíciles.

... que te llama por teléfono solamente para reírse y después colgar.

... con la que puedes fangirlear de casi cualquier cosa.

... con la que discutes y al poco tiempo ya vuelves a las tonterías.

... a la que puedes enseñar y con la que puedes aprender.

... para la que guardas un sitio especial en tu corazón.

... con la que puedes reírte hasta que te duela la tripa por la estupidez más absurda, aunque los demás no entiendan qué es lo que está ocurriendo.

... con la que puedes intercambiar ropa, e incluso quedártela por un tiempo.

... con la que puedes sacarte cien selfies, noventa y siete de ellos poniendo gestos ridículos.

... con la que puedes hablar tanto de temas banales como serios, y en cualquiera de los casos saldrán a relucir de los mejores consejos que te pueden dar.

... por la que darías todo cuanto esté en tu mano; y si no lo está, lucharías por conseguirlo.

... con la que te ríes histérica en una atracción vertiginosa, en lugar de gritar.

... con la que compartes juegos de pequeñas y confidencias de mayores.

... a la que quieres incondicionalmente.

Tu chimenea en invierno, tu brisa en verano. Tu trébol de cuatro hojas, tu polvo de hadas. Tu rosa de los vientos, tu ángel de la guarda. Tu estrella polar. Una hermana es, en definitiva, una extensión de tu alma.



Beatriz G. López

lunes, 10 de octubre de 2016

Introducción - "El presagio de Horus"


Hielo. Rocas. Polvo. Miles y miles de kilómetros recorridos en apenas un segundo. En el desamparo del adusto, sombrío y sempiterno espacio, el fulgor de un cuerpo celeste se derramaba sobre su elegante y luenga cola, extendida por el cosmos como el trazo cegador del pincel de una deidad superior. 
Tras siete años recorriendo la elipse de su órbita, por fin volvía a aproximarse al calor de la estrella en torno a la cual giraba su inerte vida. Se acercaba a su sol. La colosal esfera candente recibiría al cometa para más adelante despedirlo entre lenguas de fuego. Pero no todavía. Ahora estaba regresando, como cada siete años. 
El ingenuo cometa era, sin embargo, ignorante de que no era el único que volvía cada séptimo año. Las fronteras del Sistema Solar serían ultrajadas. Otra vez.

domingo, 2 de octubre de 2016

Fuera de combate

     La ovación era atronadora y habría castigado sus tímpanos si no fuese porque ya estaba acostumbrado. Había perdido la cuenta del número de veces que aquel público salvaje rugía ante la brutalidad. Exigían sangre.
     —¡Bloody Wyatt vuelve a ser el ganador!
     La mirada de Dennis se perdía por algún punto del cuadrilátero mientras el estirado presentador le alzaba el brazo derecho como reconocimiento de su victoria. La muchedumbre estalló en bramidos. Coreaban su nombre. Los gritos parecían seguir el ritmo de su pulso, lo notaba en la ceja derecha. Intuía que el corte no había parado de sangrar, tan intensas eran las palpitaciones. El sabor férrico aún bañaba sus labios. Escupió a un lado y el fluido carmesí aterrizó apenas a un metro de su adversario. El pobre diablo yacía boca abajo en el suelo cuan largo era, sin conocimiento. No era la primera vez que Dennis Bloody Wyatt vencía por knock-out.
     El campeón se zafó de la sujeción del presentador, dio media vuelta y caminó hacia las escaleras. La inmensa verja metálica que convertía el ring en una jaula quedó a sus espaldas. El traqueteo metálico de los zarandeos que recibía por parte de algunos espectadores cafres se camuflaba bajo los gritos. Y sin embargo ninguno de esos brutos alcoholizados se atrevían a acercarse a Dennis, ni siquiera para felicitarle por su flamante actuación. Ese tipo de gente solía guardarse su necesidad de violencia para cuando se encontraran ante el desamparo de sus esposas. Al fin y al cabo aquellas mujeres desgraciadas nunca podrían infundir el mismo temor que un hombre joven de metro noventa y complexión robusta. El cabello corto y de un rubio níveo, acompañado de los ojos extremadamente claros, le otorgaban el aspecto amenazador de un criminal de Europa del Este.
     —¡Qué barbaridad! ¡Así se hace! —le alabó el hombre situado detrás de la barra, Rupert, mientras le asestaba unos golpes en el brazo. No recibió respuesta—. ¿Lo de siempre?
     Bloody Wyatt se limitó a asentir. Tomó asiento en una de las cochambrosas banquetas de aquel antro. Se miró ambas manos, frotándolas despacio. Tenía los nudillos ensangrentados y los notaba incendiados. Únicamente vestía un pantalón negro, y las perneras desaparecían en el interior de las botas del mismo color. Era consciente de que los golpes serían bien visibles en el resto de piel desnuda, algunos incluso abiertos y dejando regueros de sangre a su paso. La misma historia de siempre. Se inclinó hacia delante sobre la barra en cuanto Rupert dejó el vaso de whisky a su disposición.
     —Vivo sola —le susurraron al oído—. Te invito a mi cama esta noche.
     Dennis giró la cabeza justo antes de que ella apoyase su mano delicada en el hombro del luchador. Por encima de aquel tatuaje maorí que cubría todo su brazo izquierdo, internándose en la espalda y en el músculo pectoral del mismo lado, sintió frío el contacto. Descubrió a una chica cuya melena morena y larga no era suficiente para distraer las miradas masculinas de su abultadísimo escote. Le miraba casi con avidez.
     Pero no era Emily.
     Hacía más de medio año que su mujer había desaparecido y, con ella, sus dos hijas. Carol y Alice eran dos preciosas gemelas de diez meses. Dennis se había deshecho por ellas desde el mismo momento de su nacimiento, el pasado doce de marzo. Recordaba haberlas sostenido a ambas en brazos, tan diminutas, mientras la intensa lluvia repiqueteaba contra el cristal de la ventana del hospital.
     No sabía muy bien en qué momento exacto las cosas se habían torcido tanto con su esposa. Siempre habían tendido a discutir a causa de los caprichos de Emily y la terquedad de él, pero nunca había sido suficiente como para abrir una brecha insalvable entre ellos. De hecho, a raíz del nacimiento de las pequeñas la vida en pareja había mejorado. O eso había creído. Jamás habría llegado a adivinar que la mujer de la que estaba enamorado le robaría a sus dos preciosos tesoros. La había llamado, la había buscado, incluso se había puesto en contacto con los padres de Emily a pesar de que nunca se habían llevado del todo bien. No quisieron saber nada de él y descubrió que su mujer pronto cambió el número de teléfono. La policía parecía no emplearse a fondo con la búsqueda, excusándose en la burocracia y la cantidad de investigaciones que ya manejaban.
     Las primeras semanas Dennis se entregó al alcohol, incapaz de sobrellevar el dolor. Pero pronto dejó de ser suficiente. Necesitaba dar salida a toda aquella violencia que había anidado en su alma ante tan alta traición. Con sus aptitudes físicas, tan solo fue cuestión de tiempo que encontrara un tugurio que satisficiera sus deseos de olvidar. En Lonesome Wolf podía descargar toda su ira sobre desconocidos que buscaban destrozarle con sus propias manos, hecho que se acentuó en cuanto Dennis comenzó a anotarse victorias. Nunca habría sido capaz de levantarle la mano a Emily y sin embargo había aprendido a disfrutar de los golpes que propinaba a aquellos hombres, para él anónimos. Poco le importaba el dinero, nada le interesaba el reconocimiento.
     —¿No irás a dejarme sola en esta noche tan fría?
     La joven se apretujó contra él, asegurándose de que Dennis sintiera en el brazo tatuado el tacto de sus atributos. Parecía no reparar en la sangre que ahora manchaba su minúsculo top de color blanco. Aquella cercanía abrupta hizo que el luchador sintiese dolor en las costillas magulladas. Pero no se retiró, tan solo agarró el vaso de cristal con la mano derecha y de golpe apuró el whisky. El ardor que descendió por su garganta se asemejaba al que sentía en la amplia colección de lesiones que le había dejado su anterior contrincante.
—¡Bueno, bueno, bueno! ¡Tenemos nuevo rival! ¿Será capaz de vencer a Bloody Wyatt?
     La voz del showman tronó por los viejos altavoces. El griterío del tumulto se abrió paso entre el olor permanente a sudor, alcohol y mediocridad que se respiraba en el Lonesome Wolf. Dennis apoyó ambas manos en las piernas para levantarse. La sangre no podía apreciarse sobre los pantalones negros.
     —¿Vendrás?—-insistió aquella perseguidora de trofeos.
     Wyatt restregó el dorso de la diestra sobre los labios. Al retirarla, esta quedó impregnada de rojo brillante. Se giró sobre sí mismo antes de encaminarse de nuevo a la jaula. Comenzó a avanzar con la chica todavía encaramada. Esta tuvo que soltarse cuando no vio ni el mínimo interés por parte de él en participar en aquella conversación. El gladiador avanzaba entre quienes le jaleaban, los mismos que sabía que le repudiarían en el mismo momento en que se internara en una mala racha.
     Su adversario le esperaba en el centro del cuadrilátero. El vigente campeón no le conocía, no había peleado contra él antes. A juzgar por la sonrisa arrogante que torcía sus labios, el tipo nuevo confiaba mucho en sus posibilidades. Bloody Wyatt permanecía impertérrito, con las gélidas pupilas incrustadas en aquel hombre de apariencia fiera. Sintió una corriente de aire frío sobre el torso desnudo y contusionado, alguien debía de haber entrado al local. El rubio entonces puso el pie derecho en el primer escalón y completó los restantes hasta volver a entrar en aquella cárcel de sadismo. El presentador abandonó la plataforma de inmediato y, desde fuera, cerró la reja que hacía las veces de puerta. El candado quedó oscilando unos segundos.
     Dennis volvía a tener ante sí la oportunidad de recuperar el control de su vida. El espejismo duraba lo que se prolongaba el aguante de su rival, o hasta que sus propias rodillas se negaban a continuar sosteniéndole. Antes de comenzar un combate, siempre se preguntaba si esa sería la ocasión en la que le harían cerrar los ojos para no volver a abrirlos. En secreto, rezaba por ello.



Beatriz G. López